El eternauta y el inconsciente colectivo - Yago Franco
Una obra de arte es una ventana abierta al caos. Ante ella, se activa el pensamiento diurno, ese que organiza, que piensa, que evalúa. Reino del yo. Pero si hay conmoción, aparece lo otro: recuerdos no buscados, afectos intensos, escenas que no sabíamos propias, sentimientos como la angustia, terror, rechazo profundo, etc. Es otra dimensión que se abre paso, ya no consciente, sino que irrumpe intempestivamente.
Y a veces -más allá de lo inconsciente-, irrumpe lo pictográfico: imágenes sin palabras que se nos imponen incomprensible e inexplicablemente, la piel que se eriza, un llanto desbordante. Son trazas de lo que no ha podido ser simbolizado. Ahí el arte toca lo real, como lo hace también la experiencia mística o el delirio psicótico. El arte comparte con ellos el contacto con lo maravilloso y con lo siniestro. Respecto de esto último Enrique Pichón Rivière tomó como ejemplo a la obra poética de Isidoro Ducasse, Conde de Lautréamont.
Inconsciente colectivo
En eso pictográfico conviven las huellas de traumatismos ineraborables. Y eso no es algo solamente individual, sino colectivo. Así lo manifiesta Freud en el Moisés. Los pueblos también sufren de reminiscencias.
El inconsciente es colectivo, no por arquetipos universales como propuso Jung, sino por las marcas de lo desagregado de la historia que se transmite inconscientemente de una generación a otra. Freud –en su momento- se refirió a esto como al superyó cultural que portaba la herencia de generaciones pasadas.
Eternauta como la odisea de Juan Salvo
Si tomamos contacto con la historia original completa–bajo forma de historieta-, podemos ver que Juan Salvo es un Ulises que no se da cuenta que vuelve a su Itaca. Un Ulises sin memoria, presa del olvido. En un loop que no logra quebrar: siempre se repetirá la historia que intenta evitar que se repita.
Juan Salvo es un navegante eterno, un viajero de la eternidad. Y todos somos viajeros eternos en nuestro inconsciente y más allá de este. Los tiempos coexisten, las escenas perviven, los traumas y sus marcas persisten. La historia inconsciente no suele salir de su repetición, a menos que se transforme en recuerdo al ser elaborada, simbolizada.
Oesterheld, el viajero de la eternidad
Oesterheld es un desaparecido que aparece a través de su obra, como si hubiera quedado inscripto en la misma, y trae un mensaje desde otra dimensión –la llamada Continuum 4-: hay que intentarlo, una y otra vez, aun fracasando. En su periplo, un extraterrestre le dice a Juan Salvo “tu lucha (aun siendo vencido), no ha sido en vano, no importa la destrucción de un planeta, de toda una especie. Lo que importa es la supervivencia del espíritu”.
Resonancias
Algunas de las resonancias en el inconsciente colectivo que ha producido la serie en Argentina van más allá de evocaciones, de recuerdos. No en todas las personas, obviamente.
Es de dudar que estas resonancias se reiteren en otros lugares. Nuestro inconsciente colectivo –como el de toda comunidad- no puede exportarse mediante una plataforma de streaming. Ejemplo de esto es que -sin estar para nada explicitado en la serie- las consultas por niños apropiados por la dictadura se incrementaron notablemente a partir del estreno de la serie. Niños –ahora adultos- que están a la búsqueda de restaurar lo ausente de su historia, que es, también, lo que en el colectivo quiso ser desaparecido de su historia, pero que ha dejado trazas más allá de las palabras.
Tal como el Eternauta, somos viajeros eternos de lo no elaborado de nuestra historia, y en cada repetición –Argentina es una tierra de repeticiones- está la posibilidad de poner un tope a la misma.
El Eternauta vuelve en tiempos oscuros. Tal como en su origen, no como un héroe solitario, sino como una figura colectiva, heroica, trágica y resistente. Su mensaje “la lucha no es en vano, aunque se pierda”, persiste como un principio ético. Fundamental en las circunstancias actuales.